la maternidad ocupa en realidad muy poco espacio de nuestras, cada vez más largas, vidas.
si te pones a pensar, desde que empiezas con el asunto de los pañales hasta que te topas con el extraño en que se ha convertido tu hijo, no pasan más de 15 años.
durante este período puedes hacerte las ilusiones que quieras, planificar, sacrificarte o soñar, pero el final va a ser más o menos el mismo, un individuo que te mira con desdén porque no consigues ser tan rápido o tan moderno como él, que te juzga severamente porque no has acertado en justamente lo que convenía hacer según su superior criterio, y que, simplemente, cumple con la ley, tan natural ella, de que para nacer hay que romper la cáscara del huevo o que para hacer tortilla hay que romper los huevos o cualquier otra ley donde haya que hacerle cualquier barrabasada a los huevos.
un buen día, mucho antes de los 15 años, la criaturita te hace saber que ha dejado de idolatrarte. tú piensas, bueno, tiene que construírse... él ha roto el trato pero tú no.
algo después, no mucho, te va dando a entender que en su opinión cualquiera tiene más razón que tú. tú te envuelves en comprensión y dices, vale, es natural, tiene que desligarse...
no tarda mucho en empezar a culparte de algo. ahí, aunque te escuece, sigues siéndole leal porque es tu niño.
por fin, llega el día en que le resultas innecesario absolutamente. ese día... ese día te jode muchísimo. ese debería ser el día en que tú reaccionaras en consecuencia, en que tú también rompieras la lealtad ya maltrecha en que se ha convertido la relación y empezaras a juzgarle a tu vez. en que tú tomaras distancia.
la distancia que muestra meryl streep al comienzo de los puentes de madison, ¿os acordáis? cuando los hijos se enteran de que su madre ni se tomó la molestia de hacerles participar de su historia de amor, de que los ignoró en lo más importante de su vida por no considerarlos a la altura. final y postumamente, se lo cuenta porque los quiere bien y quizás puedan llegar a aplicarse el cuento en su propia existencia.
y no es malo que las cosas resulten así, son así. otra cosa sería antinatural. lo natural es que la especie mire hacia atrás con desgana y hacia delante con expectativas, y sólo nuestra especie se duele de ello. las demás cumplen su destino de transporte genético sin pena ni gloria.
conozco muchos padres, en realidad lo que conozco son muchas madres y algunos padres, que no saben qué actitud adoptar con sus hijos, no saben cómo resistirse a las exigencias, cómo estar a la altura, de lo que sus amadísimos e inmisericordes retoños esperan.
la sombra abrumadora de un futuro sin pareja acojona al más pintado, más o menos como la presencia contundente de un futuro con pareja fallida. por un momento, un momento tonto tiene que ser porque si no, no se explica, uno cree que el hijo no te va a fallar, que es lo único que va a permanecer, (será por aquello de que es carne de tu carne...), que encarna tu futuro en forma de nietos o cualquier otro tipo de ternura senil, y, en consecuencia, he visto firmar convenios paternofiliales que, de ser laborales, iban a magistratura de cabeza.
yo quisiera ser un neutrino y dar tan deprisa la vuelta al tiempo que pudiera llegar a ser mi propia nieta. se iban a enterar algunos...