lunes, 30 de marzo de 2020

El dominio de los hombres
Es de siempre sabido que las religiones han tenido como máxima vocación pertenecer al bando de los poderosos.
Su estrategia fue audaz pero les funcionó, prometían la vida eterna y a pesar de que lo único que quedaba demostrada era la muerte eterna, les funcionó. Su dominio de los hombres se hizo realidad.
Quedan entendidas las religiones como una manera más de ganarse la vida, y a causa de su éxito, de hecho, una muy buena y lucrativa manera de ganársela.
Lo que para mí no queda explicado es por qué esas religiones/empresas escogieron como enemigas a abatir a las mujeres.
Lo hicieron, y de modo tan encarnizado, que sólo se explica por la inconmensurable peligrosidad que nos atribuían.
Pensando en lo que ofrecen las religiones empecé a darme cuenta de que las mujeres éramos, simplemente, sus rivales.
O, para decirlo con más propiedad, las religiones, o para decirlo también con más propiedad, unos hombres que se autodenominaron ministros de esas religiones, decidieron que las cualidades, atributos o características, propias y adquiridas de que hacemos gala las mujeres, y que todas nosotras poseemos, no eran  patrimonio de ellas sino de ellos.
Que las titulares del
-amor maternal
-consuelo
-compasión
-perdón
-cariño
-seguridad
-generosidad
no éramos las mujeres sino los curas, se llamasen como se llamasen en cada modalidad, en cada franquicia de esa impostura llamada religión.
Esas religiones que proclaman que las mujeres somos malignas por esencia, que arrastramos a los hombres al pecado y a la perdición.
Sobre todo, nuestra malignidad se materializaba en el sexo. Según ellos, a través de la sexualidad las mujeres nos apoderábamos del espíritu de los varones.
Los hombres religiosos subvirtieron la realidad desacreditando y descalificando a las mujeres.
Provocaron que los hijos odiasen a sus madres, se alejasen de sus hermanas y amigas, recelasen de sus hijas y despreciasen a todas aquellas con las que mantenían relaciones sexuales.
Esos hombres religiosos querían suplantar a las mujeres. Por eso su afirmación de que:
-la iglesia es la madre de los hombres, nuestra MADRE iglesia
-la iglesia te concede el perdón
-los curas se compadecen de ti
-la iglesia te ordena generosidad
-te ofrece seguridad
Todo ello bastante alejado de la naturaleza masculina. Y todo ello en nombre de un dios.
No eran necesarios los dioses que ofreciesen lo que ya las mujeres dábamos por naturaleza., de ahí su odio por nuestro sexo. Su envidia.
Y finalmente, lo único que los hombres religiosos no podían materializar pero sí las mujeres, el sexo, lo hicieron odioso, lo convirtieron en una culpa permanente, en materia con la que castigar a las mujeres todos los días de su vida.
Así, pues, las iglesias saben muy bien qué y quiénes somos las mujeres, imitan como doctrina aquello que nosotras tenemos de manera natural.
Nos odian porque nosotras poseemos a los hombres, porque por esencia de nuestra biología son nuestros hijos, nuestros esposos, nuestros aliados y nuestros amigos.
La religión cristiana no es inédita en esto. A lo largo de la historia antigua en todas las civilizaciones ocurrieron episodios de enfrentamientos entre los religiosos y las mujeres.
En Egipto, Mesopotamia… el intento del dominio de los varones por parte de una élite de hombres ambiciosos, instigados o directamente comandados por sacerdotes, dieron lugar a terribles enfrentamientos. Había que separar a los hombres de la influencia benéfica de las mujeres para llegar a dominarlos ideológicamente, convertirlos en seres desconfiados, en insensibles al dolor de los 

demás.

En todas las sociedades de la edad antigua, la guerra contra las mujeres se convirtió en el paso imprescindible para la incorporación de las jerarquías, de las desigualdades y de la crueldad en las relaciones entre los seres humanos.
Una guerra contra las mujeres que nunca ha terminado, y que si un día llega a acabar con la derrota definitiva del sexo femenino significará la derrota y el fin de la especie.

viernes, 20 de marzo de 2020

¿qué habían hecho las mujeres?

me recuerdo de pequeña intentando explicarme por qué no habían existido las mujeres pintoras, presidentas de los países, músicas, escaladoras, científicas, apenas las escritoras...

ya me daba cuenta de que ser mujer significaba sobre todo una terrible y malísima suerte, así es que me podía imaginar que todas mis predecesoras habían estado tan limitadas como lo  estaba yo.

de nuestras capacidades jamás dudé.

había intentado aprender a tocar la guitarra, a montar a caballo, a nadar, a conducir, a jugar al tenis... todo ello me había supuesto broncas tremendas y contundentes bofetadas, porque la negativa de mis padres a permitírmelo no me había desanimado de hacerlo. 

pero, sin duda, me constaba lo difícil que era para las chicas aprender cosas que no fueran, como en mi caso, coser, limpiar, ir al cole, cuidar de mis hermanitas y obedecer sin chistar.

sin embargo, cuando me fui haciendo grande sentía tanto mi fuerza y mi energía, tantas eran mis ganas y mis aptitudes, tan enorme era el mundo y tan pequeño mi miedo, que ya no pude aceptar más que, si las mujeres que me habían precedido en la historia habían sentido como yo sentía, hubiesen sido reprimidas al punto de que no quedara de ellas rastro alguno.

"ellas" habían existido, habían habitado el mundo y habían dejado sus obras en él con sencillez, por el sólo gusto de dar desarrollo a su creatividad, de ejercitar sus habilidades o de dar rienda suelta a su humor, a su disgusto o a su melancolía. y recibían con gusto el reconocimiento del grupo.

"ellas" no habían matado por ser reconocidas, pero había quien sí mataba por ello.
los hombres contemporáneos de tales mujeres se ocuparon eficientemente de borrar todo vestigio de su memoria, ejecutaron su damnatio memoriae a fondo, sin fisuras, arrancando de los objetos y de la historia las aportaciones de las mujeres, que eran sus madres, sus hijas, sus amantes.

cuando veo a una mujer, y la más humilde de entre ellas es capaz de lo más grande, de  lo más complejo y lo más creativo que hay en el mundo, que es traer vida humana, cuando la veo, digo, temblorosa ante un reto, acobardada ante un agresor, alienada ante su propia naturaleza, ajena a ella, siento no ser el hada que en el cuento blandía su varita mágica y despertaba al ser magnífico que se ocultaba bajo la piel nauseabunda con que la habían cubierto.

no deberían los hombres portarse de esa manera con nosotras. la rivalidad es entre ellos, nunca con nosotras. somos, en realidad, casi especies distintas, son nuestros hijos todos ellos, y nadie debería pelearse con su origen.

ni tampoco deberían temernos, no somos su amenaza. 

maldita y extraña es la especie en la que los machos asesinan a las hembras.
las mujeres no somos sus rivales porque no ambicionanos la trascendencia, ya que sentimos dentro de nosotras la inmanencia, algo difícil de explicar y hasta de creer, viendo en lo que a menudo nos han convertido.

las mujeres no hemos ambicionado el poder porque el poder verdadero se tiene o no se tiene, pero no se consigue a golpes, y no hay nadie tan poderosa como una mujer con sus dos pies plantados en la tierra, diciendo aquí estoy yo, y despertando amor a su paso.

una mujer que no está cautiva es el ser más generoso que existe.

... y llegaron por fin las arqueólogas, las investigadoras, las antropólogas, y sacaron a la luz toda la obra material de las mujeres. y resultó que en toda época "ellas" habían dejado su huella, y demasiado a menudo, también su martirio, y, sobre todo, habían dejado aquello en lo que nadie nunca repara, todo aquello que no deja rastro material, sus cuidados, sus delicadas canciones, sus amorosos abrazos, sus comidas, sus consuelos,

que es TODA LA RIQUEZA DEL MUNDO