domingo, 22 de noviembre de 2015

borges y las matemáticas

guillermo martínez es un matemático argentino que escribe de lo que sabe, lo cual es muy de agradecer porque si los demás también lo hiciéramos no andaría pastando por editoriales tanto omniopinador.
el libro que leí ayer se llama como esta entrada, borges y la matemática y es enormemente interesante y naaaaada aburrido. 

explica en la introducción que su reto es hacerlo comprensible para cualquiera que sepa contar hasta diez, de modo que animada por esto, abrí el libro por la mañana y lo cerré a media tarde, habiéndolo terminado y sintiéndome más informada, y sobre todo más estimulada, porque lo de pensar es súperrentable, piensas un rato y tienes tema para un mes.

martínez relaciona los escritos de borges, ese escritor profundo, antipático y renegado, con la filosofía, la física, como no puede ser de otra manera, y las matemáticas. con los presocráticos, los socráticos y los postsocráticos, y hasta con wittgenstein. 

y todo esto no sólo es bueno porque te desburreces un poco sino porque le quitas el miedo a las matemáticas, o mejor dicho, al convencimiento común de que somos negados para ellas.

y es que la lógica, que cualquier adulto se ha visto obligado a emplear contínuamente en la vida, no es un arcano, y que su empleo está al alcance de todos. y todo esto da siempre mucha libertad y autoestima. 
no se le puede pedir más a un libro de 200 páginas.

martes, 17 de noviembre de 2015

la catalina y el agua. (y III)

Y dicen que la Catalina también lo quería al Valentín antes de que la hiciera aquel crimen porque era un buen mozo, que tampoco nadie entiende que echara a perder su vida por unos amores, sobre todo que la chica lo miraba bien y lo hubiera escuchado si el Valentín hubiera dado en hablar cabalmente pero parece que el muchacho no se veía con prendas para casarse con ella pero sí para hacerle aquella faena, porque se ve que se había desesperado por no tenerla, y su tío el Prudencio que era mayor no le dio buenos consejos sino al contrario le calentaba la sangre con que aquella moza se la iba a llevar otro del pueblo y él, el Valentín, bien tonto era respetándola tanto para que la gozara otro.
Porque la ocurrencia de hacerle aquello no fue cosa de repente de como quien dice verla pasar y cegarse sino que lo planearon bien aunque luego todo les saliera mal, porque demasiado sabían ellos que la Catalina salía aún de noche de su casa que a veces hasta el padre, el tío Florencio, la acompañaba un trecho de oscuro que estaba, y con las primeras luces del día que aún ni el sol había aparecido ya, se oían las zumbas desde el pueblo y era la Catalina que llevaba sus ovejas a las suertes antes que los demás se hubieran ni levantado porque ella miedo no tuvo nunca pero más le hubiera valido tener un poco aunque si el Valentín y el Prudencio la iban a buscar las vueltas igual lo iban a hacer de día que de noche, en el monte o en el río,
Y por eso pasó que los vió llegar y se extrañó, pero más pensó que había pasado algo en su casa, que la madre llevaba años en cama y venían a darle un recado, que a hacerle lo que le hicieron que eso no se lo podía ni esperar del Valentín y del Prudencio que la conocían desde niña y hasta eran medio parientes, y como digo, los dejó acercarse y aún se arrimó ella para que le dieran el recado antes y poder bajar enseguida al pueblo, pero estando ya cerca le extrañaba que ellos no la contestaran ni parecían oírla cuando les preguntaba qué les traía por allí, y ellos parecía que no la veían ni la oían, y eso a la Catalina le extrañó y se quedó parada mirándolos subir la cuesta bien decididos sin levantar la cabeza de la senda hasta que llegaron a ella, y el Prudencio sin mirarla la tiró al suelo y se echó encima de ella pero como no se estaba quieta porque la Catalina tenía mucha fuerza de trabajar desde chica luchaba con el Prudencio para zafarse de él y mientras rodaban los dos por el suelo la Catalina miraba al Valentín que tenía los ojos extraviados y no los apartaba de ellos, pero como el Prudencio era más alto se impuso y le sujetó las piernas de ella con sus rodillas para que las tuviera abiertas, que le debía de hacer mucho daño porque la había tirado encima de las piedras, y con los brazos el Prudencio  sujetaba los de ella, y como ella se vió perdida empezó a llorar y a decirle al Valentín que la ayudara pero el Prudencio también empezó a decirle a su sobrino que venga, que venga, que ahí la tenía, que si era hombre o no, pero el Valentín estaba como alobado y no se meneaba ni miraba para otro lado ni nada sólo la miraba a ella y a su tío pero cuando el Lanas que era el perrillo de la Catalina empezó a ladrarle y él se agachó como si fuera a coger una piedra para tir
ársela, el Lanas escapó aunque el Valentín ni lo había mirado siquiera.
Entonces el Prudencio que se estaba cansando y miraba hacia el pueblo por si subía alguno le dijo que se acercara de una vez y por lo menos le sujetara los brazos y cuando el Valentín le preguntó que para qué, para qué, pero se los sujetó, el Prudencio cogió el garrote que llevaba siempre la Catalina y que había caído junto a ella y con una mano le movió a un lado las bragas blancas y con la otra le metió el palo.
Cuando bajó la Catalina al pueblo ya subían algunos a buscarla porque era ya tarde y el Lanas había bajado sólo y lloraba, que algo malo se había barruntado el animalito.

castora martín


martes, 10 de noviembre de 2015

la catalina y el agua (II)

Pero si había algo que ponía a todos de acuerdo era en decir que la Catalina estaba loca, aventá, decían todos, que es como dicen en mi pueblo a los que no están bien en sus cabales, y no digo yo que de joven no le notaran algo porque en el pueblo había mucha gente y cuando hay mucho de algo en cualquier sitio es muy necesario que todos se respeten unos a otros por lo menos en lo principal para que no se anden chocando como coches de feria, pero ahora, la verdad sea dicha, nadie puede decir quién está aventao en el pueblo y quién no porque al ser tan menguados cada cual obra como mejor le parece y días pasamos y no pocos que uno no se encuentra un alma y te vas a la cama sin haber cruzado una palabra con nadie, pero no tiene remedio porque la vida se ha puesto de esta manera y no hay quien la cambie, si uno quisiera cambiarla que tampoco está tan claro que la de antes fuera mejor aunque, como decía, todos estábamos obligados a ser normales.
La Catalina normal no fue nunca, dicen los que la conocieron de moza, aunque moza sigue porque después de lo que le pasó no encontró marido aunque era bien guapa, cuentan, incluso alguno anduvo hablando con ella pero les dio miedo y quién sabe si hasta ansias por haberle pasado eso tan feo que no se le hace a una mujer ni vieja ni joven y la Catalina era una chiqueja entonces fuerte y respingona, que por eso se les vino a las mientes aquella mala idea a esos dos desalmados de buscarla por el monte donde andaba con el ganado del padre, porque de las hermanas, que cuatro hembras eran en la casa del padre, era la que más valía y por eso era ella la que de amanecida subía ligera a soltar el rebaño para que se templara bien en las dehesas y en los mansos antes de que los otros pastores soltaran los suyos que para entonces la Catalina ya las había cerrado  y bajaba al pueblo a almorzar con un gavillón de leña a la espalda.

Si estaba loca o no antes de lo que le pasó ya nadie va a saberlo fijo pero ella cumplía con todo y si alguno hasta pensaba en casarse con ella muy aventá no estaría y que una cosa así a una mujer no se le hace aunque luego los llevaran a la cárcel y estuvieran siete años porque la que  pasa eso ya nunca deja que un hombre se le acerque aunque sea de buenas porque se le representa la cara de los que la atacaron aquella mañana junto al acirate de las viñas para su desgracia porque dicen que uno de los que la hizo eso la quería de verdad pero no se atrevía nunca a decirle nada porque la Catalina tenía una cara y un natural de niña todavía, aunque gastara cuerpo de mujerona, y las palabras se les quedaban atascadas en la garganta a los mozos y eso le debió de pasar al Valentín hasta que algo se le pudrió dentro y luego todo era mala sangre con ella hasta que reventó, que a lo mejor ni aún por eso fue, porque siendo como era ella,  de los que mejor iban en el pueblo, los había  que no  podían ver a su familia, aunque más hubiera movido a lástima por la mala suerte que se había cebado con ellos en los últimos tiempos, pero cuando los corazones se cierran a cal y canto ya no se encuentra la forma de volver a abrirlos y sólo gozan con el mal ajeno pero ya digo que la razón no la supimos ni nos la contaron nunca que al ser en el pueblo casi todos familiares no se podía ni mentar sin que alguno saliera a defender a unos o a otra.

martes, 3 de noviembre de 2015

la catalina y el agua (I)


la catalina y el agua
(1)
No había manera de saber cómo ni cuándo, pero tan cierto como que cada día había de amanecer  era que un reguero de agua aparecía por debajo del portón de la Catalina y no paraba hasta el río. Pero no corría derecho como con prisas sino que el escueto curso igual se detenía junto a un obstáculo de piedrecitas hasta que las rodeaba dejándolas atrás, como caía en la trampa de un hoyo donde esperaba refuerzos para continuar su inevitable viaje con fuerza acumulada. En el descenso, la culebrilla acuosa podía tornarse iracunda y arramblar con los insectos disecados, reducidos a sólo cáscara ya, que encontraba a su paso, o empujar frívolamente un caramelo chupado y abandonado.
Sólo había un requisito inquebrantable en el proceder del agua y era llegar al río. En eso la Catalina era muy seria. Una vez abierto el grifo, el agua debía manar, correr y arrastrar, limpiando de esta manera no sabíamos qué. Como tampoco sabíamos desde cuándo duraba esa conducta. Se había hecho cosa natural que la Catalina viviera encerrada en su casa que en tiempos había sido de las mejores del pueblo aunque ya no querrían entrar en ella ni las bestias del campo, mirando por la ventana la subida del barranco como el que espera algo que no termina de pasar, y sólo abandonaba su puesto cuando los mecanismos de su mente se le enredaban en ponerse un velo negro de encaje y salir presurosa al camino de la iglesia aunque no fuera domingo ni sábado ni fiesta de guardar alguna y al encontrar el portón cerrado volviese desconcertada a casa; o cuando, como ya he dicho, daba en soltar el agua y dejar que todos compartiéramos con ella su desazón aunque la Catalina nunca dijo a ninguno lo que esperaba ni lo que pasaba por su vieja cabecita de loca perdida.

Sólo sabíamos que ese qué nos desazonaba como la liberaba a ella y eso nos constaba porque desaparecía de su puesto en la ventana un tiempo hasta que la pena se le volvía a agarrar al alma y tenía que abrir los grifos y liberarse.