martes, 17 de noviembre de 2015

la catalina y el agua. (y III)

Y dicen que la Catalina también lo quería al Valentín antes de que la hiciera aquel crimen porque era un buen mozo, que tampoco nadie entiende que echara a perder su vida por unos amores, sobre todo que la chica lo miraba bien y lo hubiera escuchado si el Valentín hubiera dado en hablar cabalmente pero parece que el muchacho no se veía con prendas para casarse con ella pero sí para hacerle aquella faena, porque se ve que se había desesperado por no tenerla, y su tío el Prudencio que era mayor no le dio buenos consejos sino al contrario le calentaba la sangre con que aquella moza se la iba a llevar otro del pueblo y él, el Valentín, bien tonto era respetándola tanto para que la gozara otro.
Porque la ocurrencia de hacerle aquello no fue cosa de repente de como quien dice verla pasar y cegarse sino que lo planearon bien aunque luego todo les saliera mal, porque demasiado sabían ellos que la Catalina salía aún de noche de su casa que a veces hasta el padre, el tío Florencio, la acompañaba un trecho de oscuro que estaba, y con las primeras luces del día que aún ni el sol había aparecido ya, se oían las zumbas desde el pueblo y era la Catalina que llevaba sus ovejas a las suertes antes que los demás se hubieran ni levantado porque ella miedo no tuvo nunca pero más le hubiera valido tener un poco aunque si el Valentín y el Prudencio la iban a buscar las vueltas igual lo iban a hacer de día que de noche, en el monte o en el río,
Y por eso pasó que los vió llegar y se extrañó, pero más pensó que había pasado algo en su casa, que la madre llevaba años en cama y venían a darle un recado, que a hacerle lo que le hicieron que eso no se lo podía ni esperar del Valentín y del Prudencio que la conocían desde niña y hasta eran medio parientes, y como digo, los dejó acercarse y aún se arrimó ella para que le dieran el recado antes y poder bajar enseguida al pueblo, pero estando ya cerca le extrañaba que ellos no la contestaran ni parecían oírla cuando les preguntaba qué les traía por allí, y ellos parecía que no la veían ni la oían, y eso a la Catalina le extrañó y se quedó parada mirándolos subir la cuesta bien decididos sin levantar la cabeza de la senda hasta que llegaron a ella, y el Prudencio sin mirarla la tiró al suelo y se echó encima de ella pero como no se estaba quieta porque la Catalina tenía mucha fuerza de trabajar desde chica luchaba con el Prudencio para zafarse de él y mientras rodaban los dos por el suelo la Catalina miraba al Valentín que tenía los ojos extraviados y no los apartaba de ellos, pero como el Prudencio era más alto se impuso y le sujetó las piernas de ella con sus rodillas para que las tuviera abiertas, que le debía de hacer mucho daño porque la había tirado encima de las piedras, y con los brazos el Prudencio  sujetaba los de ella, y como ella se vió perdida empezó a llorar y a decirle al Valentín que la ayudara pero el Prudencio también empezó a decirle a su sobrino que venga, que venga, que ahí la tenía, que si era hombre o no, pero el Valentín estaba como alobado y no se meneaba ni miraba para otro lado ni nada sólo la miraba a ella y a su tío pero cuando el Lanas que era el perrillo de la Catalina empezó a ladrarle y él se agachó como si fuera a coger una piedra para tir
ársela, el Lanas escapó aunque el Valentín ni lo había mirado siquiera.
Entonces el Prudencio que se estaba cansando y miraba hacia el pueblo por si subía alguno le dijo que se acercara de una vez y por lo menos le sujetara los brazos y cuando el Valentín le preguntó que para qué, para qué, pero se los sujetó, el Prudencio cogió el garrote que llevaba siempre la Catalina y que había caído junto a ella y con una mano le movió a un lado las bragas blancas y con la otra le metió el palo.
Cuando bajó la Catalina al pueblo ya subían algunos a buscarla porque era ya tarde y el Lanas había bajado sólo y lloraba, que algo malo se había barruntado el animalito.

castora martín


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