martes, 27 de septiembre de 2016

aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado

la tabla rasa de la mediocridad española está garantizada por unos cuantos millones de almas que en nuestro país no desmayan en su incansable tarea de aporrear sin descanso a todo aquel que descuelle en algo.

no nos la jugamos con esto, aquí no levanta la cresta ni dios porque esa pequeña satisfacción de ver al otro igual que tú o peor es la única pequeña partícula de oxígeno que nos deja respirar.



ese placer del que el envidioso quisiera carecer pero que convierte  sin poder controlarlo , ni quererlo, en lo más importante de su vida, sin comparación, en lo único importante.

esa zona de confort del envidioso  se nutre de falta de autoestima, de ausencia de estímulos, de fatalismo, pero en lugar de mirarse a la cara fijamente y verse, en una hazaña perversa logra caracterizarse de soberbia, individualismo e indiferencia.

todos los días, grandes mujeres y hombres tienen que enfrentarse a la amargura de saber que la mayor parte de sus conciudadanos desean su fracaso, que trabajan con mentiras por él, que buscan vengarse de ellos por el imperdonable pecado de ser superiores.

y la cosa no tiene fácil remedio. en el envidioso  se arraiga tan profundamente la envidia que sólo podría cercenarla cercenándose a sí mismo, puesto que ese sentimiento se fue envolviendo en él desde el nacimiento hasta formar parte de su materia esencial, como los anillos lo son de un tronco.

tampoco pinta nada bien para el envidiado. nada podrá hacer para preservar su sosiego ya que los que lo rodean se lo juegan todo en la comparación, y no pararán jamás hasta conseguir amargarle la existencia y hacerlo tan infeliz como él se siente, ya que no puede rabajarlo hasta su mediocridad.

por fin, la abyección del envidioso se completa al aparentar admiración por otro cualquiera para molestar al envidiado y con la única condición de que en realidad no valga nada o al menos no valga más que él.

la miseria ética que produce tan desesperanzadores resultados crece, paradójicamente en apariencia, en los países que como el nuestro gozan de un sistema político democrático, en el que tal democracia se ve limitada a dar derecho a la igualdad, y no dar igualdad, a dar derecho a la opinión, y no dar opinión, derecho a la cultura sin dar cultura.

* foto: detalle de la alegoría del amor, de agnolo bronzino, 1540-45