viernes, 17 de marzo de 2017

la nación de las mujeres.


Ha pasado mucho tiempo desde que las mujeres abandonamos la nación que nos vió nacer, o para decirlo fielmente, desde que fuimos expulsadas de nuestra propia casa, aquella que no dudamos en compartir con todas las criaturas de la tierra porque todas las criaturas están en nosotras y nosotras somos ellas.

Ha pasado tanto tiempo y ha sido tan pesado y tan oscuro el desfiladero por el que aún deambulamos que apenas si recordamos nuestro origen y el origen de las cosas. Apenas, el sol que nos calentaba y la tierra de la que extraíamos la fuerza, la vitalidad y la alegría.

Cuando aún bailábamos alrededor de aquellas cuyos vientres esféricos apuntaban nuevas vidas, fuimos a nuestra vez rodeadas por barbas, lanzas, ojos de piedra y venas palpitantes.

No volvió a nacer niña o niño que no estuviese amenazada o amenazado desde el mismo día de su nacimiento hasta el mismo día de su muerte.

Se borraron las inscripciones que celebraban la amistad y la convivencia, se enterraron las blandas hachas de oro de dos filos, se sepultaron bajo montañas de estiércol las liras y las caracolas y se aniquiló dolorosamente la luz de los ojos, la esperanza de los pechos y la confianza de los corazones.

No faltaron los llantos masculinos, los gemidos animales o los temblores de tierra que suplicaban a las mujeres que salvaran al mundo y fueron muchas las que se enfrentaron con sus pechos abiertos a las miradas imperturbables de hombres que parecían muertos, pero era inútil.

Pasaron todas las eras que representan las casas del zodíaco y las mujeres ya no recordaban a la nación que nos vio nacer, 


pero no todo se había perdido: el mundo palpitaba, la hierba mil veces pisoteada volvía a crecer, las aves se posaban cautamente sobre una rama para mirar desde arriba y tras una duda volvían a entonar su canto.

Entonces se dijo la mujer: nada hay en la existencia del universo ajeno a nosotras ya que ha sido nuestra sagrada necesidad de alimentar y hacer crecer a nuestras hijas y a nuestros hijos, la causa de todo movimiento de la especie humana.

La mujer nombró lo que había en el origen: las aguas, las tierras, las aires, las fuentes, las flores, las ranas y las mariposas, las sierras, las nieves, las profundidades abisales y las de las almas interiores. Y dio la bienvenida al calor del sol que inunda todo unas horas y se aleja otras para que las mujeres recordemos que fuimos antes del sol y después.

Entonces se dijo de nuevo la mujer: si todo esto permanece, no se ha perdido todo.

Si la gente busca el regazo de las mujeres para enjugar su llanto inacabable, no se ha perdido todo.
Si se llora y se combate la injusticia, no se ha perdido el aliento de la mujer.


Si la vida aún palpita, no se ha perdido la nación que nos vio nacer.