me recuerdo de pequeña intentando explicarme por qué no habían existido las mujeres pintoras, presidentas de los países, músicas, escaladoras, científicas, apenas las escritoras...
ya me daba cuenta de que ser mujer significaba sobre todo una terrible y malísima suerte, así es que me podía imaginar que todas mis predecesoras habían estado tan limitadas como lo estaba yo.
de nuestras capacidades jamás dudé.
había intentado aprender a tocar la guitarra, a montar a caballo, a nadar, a conducir, a jugar al tenis... todo ello me había supuesto broncas tremendas y contundentes bofetadas, porque la negativa de mis padres a permitírmelo no me había desanimado de hacerlo.
pero, sin duda, me constaba lo difícil que era para las chicas aprender cosas que no fueran, como en mi caso, coser, limpiar, ir al cole, cuidar de mis hermanitas y obedecer sin chistar.
sin embargo, cuando me fui haciendo grande sentía tanto mi fuerza y mi energía, tantas eran mis ganas y mis aptitudes, tan enorme era el mundo y tan pequeño mi miedo, que ya no pude aceptar más que, si las mujeres que me habían precedido en la historia habían sentido como yo sentía, hubiesen sido reprimidas al punto de que no quedara de ellas rastro alguno.
"ellas" habían existido, habían habitado el mundo y habían dejado sus obras en él con sencillez, por el sólo gusto de dar desarrollo a su creatividad, de ejercitar sus habilidades o de dar rienda suelta a su humor, a su disgusto o a su melancolía. y recibían con gusto el reconocimiento del grupo.
"ellas" no habían matado por ser reconocidas, pero había quien sí mataba por ello.
los hombres contemporáneos de tales mujeres se ocuparon eficientemente de borrar todo vestigio de su memoria, ejecutaron su damnatio memoriae a fondo, sin fisuras, arrancando de los objetos y de la historia las aportaciones de las mujeres, que eran sus madres, sus hijas, sus amantes.
cuando veo a una mujer, y la más humilde de entre ellas es capaz de lo más grande, de lo más complejo y lo más creativo que hay en el mundo, que es traer vida humana, cuando la veo, digo, temblorosa ante un reto, acobardada ante un agresor, alienada ante su propia naturaleza, ajena a ella, siento no ser el hada que en el cuento blandía su varita mágica y despertaba al ser magnífico que se ocultaba bajo la piel nauseabunda con que la habían cubierto.
no deberían los hombres portarse de esa manera con nosotras. la rivalidad es entre ellos, nunca con nosotras. somos, en realidad, casi especies distintas, son nuestros hijos todos ellos, y nadie debería pelearse con su origen.
ni tampoco deberían temernos, no somos su amenaza.
maldita y extraña es la especie en la que los machos asesinan a las hembras.
las mujeres no somos sus rivales porque no ambicionanos la trascendencia, ya que sentimos dentro de nosotras la inmanencia, algo difícil de explicar y hasta de creer, viendo en lo que a menudo nos han convertido.
las mujeres no hemos ambicionado el poder porque el poder verdadero se tiene o no se tiene, pero no se consigue a golpes, y no hay nadie tan poderosa como una mujer con sus dos pies plantados en la tierra, diciendo aquí estoy yo, y despertando amor a su paso.
una mujer que no está cautiva es el ser más generoso que existe.
... y llegaron por fin las arqueólogas, las investigadoras, las antropólogas, y sacaron a la luz toda la obra material de las mujeres. y resultó que en toda época "ellas" habían dejado su huella, y demasiado a menudo, también su martirio, y, sobre todo, habían dejado aquello en lo que nadie nunca repara, todo aquello que no deja rastro material, sus cuidados, sus delicadas canciones, sus amorosos abrazos, sus comidas, sus consuelos,
que es TODA LA RIQUEZA DEL MUNDO
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