Otro mundo fue posible
Bajo este título de resonancias más o menos actuales, se esconden hipótesis (1) cada vez más debatidas de cómo fueron las primeras sociedades que pueden considerarse como tal, es decir, grupos humanos complejos que excedían las formaciones elementales de familia, clan o tribu, para conformar comunidades con tipo de vida sedentario, que cultivaban la tierra, domesticaban animales, almacenaban excedentes y disfrutaban de ocio. Los restos arqueológicos de estas sociedades protoneolíticas han sido extensamente estudiados por historiadores y también por antropólogos.
Entre ellos destaca James Mellaart (2) que dirigió durante décadas las excavaciones en Anatolia, en los yacimientos de Hacilar y Çatal Huyuk. James Mellart describió los hallazgos de más de 10.000 años de antigüedad de estas comunidades como propios de sociedades agrícolas de una cierta complejidad y que a lo largo de algunos miles de años fueron expandiéndose hacia territorios limítrofes como el Cáucaso, el Caspio y Mesopotamia.
¿Qué sabemos de estas comunidades y ciudades? Con toda seguridad eran agrarias, es decir, controlaban su principal alimento, los cereales, aunque no habían abandonado la práctica de la caza y ya contaban con algunas especies de animales domesticadas o en vías de domesticación. Trabajaban la cerámica y realizaban otros oficios y dominaban la metalurgia. Los hallazgos arqueológicos nos muestran también que en aquellas comunidades no existían atisbos de desigualdad entre los sexos, ni jerarquización social, ni violencia entre los pueblos, puesto que no hay restos de fortificaciones ni diferencia de status en los enterramientos, ni de clase ni de género, ni se buscaban lugares inaccesibles para los asentamientos, ni se han encontrado armas, ni existe constancia alguna de esclavitud. Además, crecían demográficamente.
Al mismo tiempo que evolucionaban como comunidad, lo hacían también en el ámbito espiritual. Como tal, tenemos los abundantes símbolos de la naturaleza, como el sol, el agua, los animales, la vegetación etc., tanto en pinturas murales como en vasos cerámicos, figurillas, bajorrelieves. Y, con todos ellos, un hallazgo que con gran profusión y a lo largo del epipaleolítico y protoneolítico ha aparecido, que es el de las representaciones exageradamente sexuadas de figuras femeninas, las diosas-madre. Esta constancia arqueológica habla de una creencia repetida y mantenida durante muchos miles de años, la de que la fuente de la que surge la vida humana es la misma que origina toda la vida animal y vegetal.
De esta creencia dimanaría la estructura social e ideológica de aquellas comunidades, en las que las mujeres serían jefas de clanes o familias matrilocales y matrilineales (3), y en las que compartirían los trabajos y las responsabilidades con los hombres en una equitativa solidaridad. Parece demostrado que el principio femenino impregnaba la sociedad neolítica, en consonancia con el principio masculino. Junto a la figura creadora y vivificante de la mujer-diosa, aparece el impulso masculino y vigoroso, siempre representado por un animal joven y fuerte, toro o ciervo. Todo ello como muestra de vínculo y no de jerarquía, a partir de la relación básica y primordial que ni siquiera en las sociedades más dominadoras masculinas se conceptúa en términos de superior-inferior, que es la relación de madre-hijo.
Durante siglos, las investigaciones arqueológicas han tropezado, no sólo con las dificultades propias de la escasez de técnicas de análisis y datación de los hallazgos, sino con los prejuicios culturales propios de cada época. De esta forma, todas las fuentes primarias que desentonaban con las creencias del momento, es decir, las de tipo dominante-jerarquizador, eran reinterpretadas o ignoradas. Todo antes que concluir que la sociedad neolítica antigua era igualitaria y lo fue durante milenios y que es precisamente esta característica lo que la hizo posible.
Hay, sin embargo, alguna excepción en los prejuicios aludidos. Tanto Johann Jakob Bachofen (4) como Theodor Mommsen (5) escriben a mediados del siglo XIX de las características matrifocales de las primeras comunidades humanas. Bachofen lo llama mutterrecht o derecho materno. De las cuatro fases que distingue en la evolución cultural humana, las dos primeras son de estructura matrifocal, la tercera, llamada Dionisíaca, es de transición al patriarcado, y la cuarta o Solar, de total supresión de la sociedad de derecho materno y estrictamente patriarcal.
El arqueólogo Nicolás Platón (6) excavó durante más de 50 años en la isla de Creta la cultura minoica. Según él, esta civilización comenzó sobre el 8.000 antes del presente (a.p.) a partir del desplazamiento de gentes de Anatolia y progresivamente fue desarrollando una cultura que comprendía metalurgia, alfarería, tejido, escritura, urbanismo, medidas higiénico-sanitarias, calefacción, canalización de aguas, etc.
“ninguno de los hogares encontrados sugiere la existencia de condiciones pobres de vida” y sí “una fe ardiente en la diosa naturaleza, fuente de toda creación y armonía”.
El filósofo Platón (7) dice de los cretenses:
“eran un pueblo excepcionalmente amante de la paz....el rol dominante desempeñado por las mujeres en la sociedad cretense es discernible en todas las esferas”.
Las representaciones artísticas encontradas no dejan lugar a dudas sobre las características culturales de aquellos primeros cretenses: escenas armoniosas de naturaleza, delfines, pájaros, jóvenes de ambos sexos en escenas taurinas, el hermoso joven de larga melena, adornado de plumas y sin armas, desnudo hasta la cintura y caminando entre flores y, desde luego, la presencia de representaciones de la diosa y de sus símbolos, que es permanente.
La antropóloga norteamericana Riane Eisler (8) explica:
“según lo indica la evidencia, en Creta el poder estaba equiparado primordialmente con la tarea de la maternidad (derecho materno), y no con una élite masculina que lo detentaba a través de la fuerza o el temor a la fuerza. Esta es la definición de poder característica de un modelo solidario de sociedad, en la cual las mujeres y sus rasgos inherentes no son sistemáticamente desvalorizados. Y esto es lo que favoreció la evolución tecnológica y social de los cretenses, afectando profundamente su evolución cultural”.
Pero, ¿qué ocurrió para que desaparecieran estas civilizaciones de casi toda la faz de la tierra? La arqueóloga Marija Gimbutas (9) ha reconstruído concienzudamente el proceso de esta transición en la Europa antigua. Según ella, son pueblos nómadas pastores que provienen de las áridas estepas al norte del mar Negro quienes van efectuando incursiones y ataques a las sociedades neolíticas del sur europeo, a partir, aproximadamente, del 5.500 a.p. Estos pueblos, a quienes denomina kurgos, eran extremadamente móviles, belicosos, jerárquicos y masculinodominantes. Una estela de armas y destrucción va quedando diseminada por los lugares de expansión del pueblo kurgo. Se apropiaron de la metalurgia de las sociedades neolíticas y la emplearon en fabricar armas con las que saquear y esclavizar.
Todo esto lo vemos en la evolución hacia la violencia más pavorosa de los relieves artísticos de las ciudades estado mesopotámicas: procesiones de prisioneros empalados, pueblos enteros masacrados y caudillos esculpidos en la cúspide. Lo vemos también en la desigualdad entre las tumbas excavadas, unas, repletas de riquezas y de servidores enterrados junto a su señor, y otras, de gran pobreza. Asímismo lo vemos en los lugares inaccesibles donde se levantan las ciudades y sus importantes fortificaciones.
El poeta e historiador Hesíodo (10) narra:
“una vez existió una raza dorada, todas las cosas buenas eran suyas, la fecunda tierra.... Pero después de esta raza vino una raza inferior, de plata.... que a su vez fue reemplazada por una de bronce, temible y poderosa, surgida de las cenizas... que a diferencia de las anteriores no eran agricultores, sus corazones eran de pedernal... Los siguió una cuarta raza de hombres, descendientes de los conquistadores y los pueblos conquistados, que era más justa que la anterior porque, desprendiéndose de algo de su barbarie, habrían adoptado muchas de las costumbres más civilizadas de los europeos antiguos. Pero he aquí que apareció una quinta raza de hombres... y quisiera haber muerto o nacido después, porque ahora un hombre saqueará la ciudad de otro, el derecho dependerá del poder y la piedad dejará de existir”. Para el historiador, estos últimos eran sus contemporáneos.
Este cambio, esta usurpación de una estructura social igualitaria por parte de otra dominadora sólo pudo llevarse a cabo destruyendo a las mujeres socialmente hablando y desprestigiando los valores que le son consustanciales. Engels (11), en su obra El origen de la familia, de la propiedad privada y del estado, lo llamó “la histórica derrota mundial del sexo femenino”. Y fue a partir de la segregación y de la dominación de todo el sexo femenino a manos de algunos grupos del otro sexo, como éstos fueron imponiéndose a todas las poblaciones no guerreras y a todos los seres humanos menos agresivos y belicosos, a través de invasiones y de esclavitud.
La antigua mentalidad empezó a tornarse inoperante dentro del nuevo sistema dominador, en el que los hombres detentadores del poder imponían su nueva ideología. Por ello se hizo necesaria la interiorización de la misma por parte de los dominados. Es muy interesante, pero muy largo, el estudio de la suplantación de unos valores por otros. Valgan algunos ejemplos:
La serpiente pasó de ser símbolo de la diosa y del impulso creador de las mujeres, su sexualidad, a percibirse como un ser asqueroso y maldito. Las entrañas de la tierra se convierten en los infiernos. Los seres portadores de cuernos (toro o ciervo, hijo de la diosa), pasan a considerarse malignos o sometidos a las mujeres y, por tanto, despreciables. Las diosas empiezan a ser suplantadas por dioses masculinos. Se reescriben mitologías, se falsean las tradiciones. Se normativiza la sociedad, contando para ello con poemas, obras de teatro y todo tipo de iconografías.
Como ilustración, cito de nuevo a la investigadora Riane Eisler (12): “La Orestíada es uno de los dramas griegos más famosos y representados. En el juicio que se hace a Orestes por el asesinato de su madre, el dios Apolo explica que las madres en realidad no están emparentadas con sus hijos, que no son sino las nodrizas de la semilla plantada. La misma diosa Atenea exclama que no hay madre en el mundo que la haya dado a luz y añade que a no ser por el matrimonio está de parte del hombre con todo su corazón, y firmemente al lado de su padre. (recuérdese que la mitología griega hace nacer a Atenea de la cabeza de su padre Zeus). Y así, mientras las Euménides, diosas representantes del antiguo orden, vocean con horror “dioses de la nueva generación, vosotros habéis derribado las leyes de nuestros antepasados, arrancándolas de nuestras manos”, Atenea emite el voto decisivo y Orestes es absuelto del asesinato de su madre”. Recordemos brevemente el argumento de la trilogía trágica de Esquilo.
En el primer drama, Agamenón, su esposa, Clitemnestra, lo asesina para vengar la muerte de su hija a manos de éste, y dejando claro que no lo hace por odio personal o dolor, sino por su rol social de jefa del clan, responsable de vengar el derramamiento de sangre y conforme a las normas de una sociedad matrilineal que la obliga.
El segundo drama, Las Coéforas, narra la venganza de Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra, asesinando a su madre y al nuevo esposo de ésta.
La tercera parte de la trilogía, Las Euménides, resuelve el caso a favor de Orestes por el voto absolutorio de Atenea.
Rockwell (13) escribe que “si una criatura poderosa como Clitemnestra, con la provocación sufrida por el asesinato de su hija Ifigenia, no tiene derecho a tomar venganza, ¿qué mujer lo tiene?”. Evidentemente nos hallamos ante un momento de choque entre las culturas matriarcal y patriarcal, trazando el viraje de las normas solidarias a las dominadoras. Cualquier espectador podía ver que las nuevas normas habían reemplazado a las antiguas y que el nuevo orden masculino-dominante había quedado establecido, a pesar de los lamentos del antiguo orden social por boca de las Euménides: “Ah, que pudieran tratarme así!, yo, la mente del pasado, ser arrojada bajo tierra, proscrita, como basura!”
Robert Graves (14) alerta sobre la imagen del héroe que mata a la serpiente o al dragón para salvar a la doncella. Ingenuamente afirma que “se trata de un error iconotrópico, porque la doncella no es la futura víctima de la fiera o serpiente, sino que ha sido encadenada por el héroe después de que éste haya vencido al monstruo que era una emanación de ella”, monstruo que es la libido femenina, fuerza sexual de la mujer, su potencia creadora. En el afán de borrar los orígenes del patriarcado tienen que ocultarse los primeros mitos que explican la dominación del hombre sobre la mujer por la fuerza bruta.
La arqueología nos presenta numerosísimos ejemplos de la devastación y oscurantismo que sucedió a la destrucción de la sociedad matrifocal. Fue una forma planificada y constante de desposeer a las mujeres de toda valoración social. Y tanto enconamiento no fue, por supuesto, gratuito. Los valores femeninos eran la resistencia a la forma de dominación que se quería imponer. Dicho de otra manera, para todos aquellos pueblos dominadores las mujeres se convirtieron en enemigos de clase (en cuanto que su alienación fue imprescindible para un nuevo orden de desigualdad política y social) e inevitablemente en meras posesiones masculinas. No es casual que sea entonces cuando aparece la esclavitud, es decir, la posesión de un ser humano por otro.
Según un reciente informe de State of de world´s women de las Naciones Unidas, “globalmente las mujeres suponen la mitad de la población, realizan dos tercios del trabajo mundial en términos de horas, ganan una décima parte de lo que perciben los hombres y son dueñas de sólo una centésima parte de las propiedades que poseen los hombres”. Abriendo la puerta a la más aberrante de todas las desposesiones, la de la identidad de las mujeres, todas las demás, libertad, propiedad, derechos... se hicieron posibles.
No es necesaria la arqueología para observar el estado de degradación que en la actualidad continúan padeciendo millones de mujeres, de homosexuales y de hombres no competitivos.
Pero aún quedan restos de la resistencia que se inicia con los primeros ataques kurgos y que aún no ha concluido. Las formas de resistencia que son las revueltas de los trabajadores por un reparto equitativo de la riqueza, los movimientos feministas, la lucha por las conquistas sociales, las reivindicaciones de los homosexuales, los defensores de los derechos de los animales, las denuncias de los ecologistas. Todas son formas de resistencia ante los modernos kurgos, los kurgos del capitalismo y de las multinacionales.
la hipótesis que yo muestro está sujeta a controversias y a críticas. Como es natural, yo no pretendo afirmar su absoluta veracidad pero sí su verosimilitud. Las hipótesis mantenidas tradicionalmente dejan demasiadas preguntas sin respuesta para que resulten convincentes. Tampoco se pretende aquí afirmar que las sociedades de derecho materno o gylánicas fueran perfectas o idílicas, lo serían en la medida en que lo somos los seres humanos, pero sí estarían exentas de la ideología que se impuso posteriormente y que aún padecemos, que ha provocado que el 85% de la población mundial viva en la pobreza y en la desigualdad.
James Mellaart, 1925, arqueólogo. El neolítico en el Oriente próximo.
Matrilocal: los varones se integraban en la familia de las mujeres. Matrilineal: las familias seguían la línea de descendencia femenina. Matrifocal: pertenece a una organización o sociedad cuyo centro es la madre
Johann Jakob Bachofen, 1815, antropólogo y sociólogo. El matriarcado, una investigación sobre el carácter religioso y jurídico del mundo antiguo.
Theodor Mommsen. 1903, filólogo e historiador. Derecho constitucional romano.
Nicolás Platón, 1909, arqueólogo. Creta.
Platon, 428 a.C. Filósofo. Diálogos.
Riane Eisler, 1937, macrohistoriadora e investigadora. El cáliz y la espada. Nuestra historia, nuestro futuro.
Marija Gimbutas, 1921, arqueóloga, La cultura kurga y la indoeuropeización de Europa.
(10)Hesíodo, 700 a.C.historiador y poeta. Los trabajos y los días.
(11)Frederich Engels, 1820, filósofo y escritor. El origen de la familia, la propiedad privada y el estado.
(12)Riane Eisler, 1937, macrohistoriadora e investigadora. El cáliz y la espada. Nuestra historia, nuestro futuro.
(13)Joan Rockwell, socióloga, Los hechos en la ficción, el uso de la literatura en el estudio sistemático de la sociedad. 1974.
(14)Robert Graves, 1895, escritor y erudito. Los mitos griegos.
amparo ballesteros (febrero 2011)