todas las personas tenemos, aunque parezca mentira, una superposición de cerebros.
el más elemental, realmente elemental, es el reptiliano. es el que teníamos hace 500 millones de años, ése que nos indicaba cuándo salir pitando para escondernos y poco más. bueno, respirar y esas cosas. y tener miedo, ése miedo tipo pánico que nos hace comportarnos a veces con la dignidad de una oruga.
por encima, literal y figuradamente, del reptiliano se sitúa el mamífero, el responsable de las emociones, de las pasiones...
y por fin, chachán, el cerebro racional o superior, el de los mamíferos superiores, o sea, el nuestro. es el que nos ha permitido llegar al grado de sofisticación que disfrutamos y padecemos. el que nos permite pensar.
uno de los grandes inconvenientes a la ardua tarea de pensar es que siempre tenemos asuntos urgentes que resolver, de tal manera que nos obligan a andar correteando detrás de ellos como si de verdad nos interesaran, cuando lo cierto es que se imponen por fuerzas a las que nosotros, atolondradamente, hemos dado entrada.
es difícil evitarlo, si no te subes al tobogán vertiginoso cuando pasa por tu lado, quedarás arrumbado en una cuneta como la nieve sucia después de que pasen las máquinas limpiadoras. eso da miedo, claro.
y, seguramente, de alguna manera, es algo buscado por el poder. no es que el poder se siente en una silla a pensar cómo tenernos permanentemente estresados pero sí barrunta en nosotros un comportamiento parecido al de la rata que recibe descargas eléctricas cuando se detiene en tal punto. lo que, en mi opinión, si bien explica algunos comportamientos, no los excusa en absoluto.
a priori, yo siento respeto por todos los seres humanos. tanto respeto que no acepto ningún tipo de atenuante a su conducta.
nadie merece una excepción,
una rebaja de exigencia,
una comprensión paternalista.
todo el que se yergue sobre sus pies y se mantiene plantado sobre ellos, puede.
todo el que recibe el resultado de la acción de sus semejantes, está en deuda con ellos.
todo el que ha nacido, puesto que puede poner fin a su vida en cualquier momento y no lo hace, está obligado a hacer de ella algo digno.
no vale cualquier vida, no puede llamarse vida humana al lento arrastrarse por los pestilentes vericuetos de las cloacas.
aunque las religiones se hayan empeñado, con indudable éxito, en convencernos de que no somos más que figuras grotescas y débiles frente a un dios, y, sobre todo, frente a sus representantes en la tierra, es una falsedad fácilmente demostrable. sacude con fuerza la cabeza y verás caer el yugo.
por eso es tan peligrosa la religión para el ser humano. una vez que el hombre y la mujer admiten un poder omnímodo sobre ellos, queda abierta la puerta a otros poderes. y no existen. no hay nada por encima de nosotros porque somos los que nos hemos inventado a nosotros mismos. o nuestros genes, que es lo mismo.
no me importa lo que un ser humano haga de su vida, siempre que no sea arrastrarse y obedecer acríticamente.
hay que superar el cerebro reptiliano, ése que nos induce a luchar únicamente por la supervivencia, por indigna que sea. y a votar a los partidos mayoritarios.