lunes, 15 de enero de 2018

tres anuncios o una madre como sujeto político

ayer vi la muy anunciada película tres anuncios a las afueras, de martin mcdonagh. ante todo, debo decir que me encantó. y observad, lectores avezados, que empleo el verbo encantar porque no puedo asegurar que sea buena pero sí apasionante. al menos, para mí. os cuento.

una mujer tosca, grosera, dura como un canto, pasea su difícil existencia por uno de esos pueblos o pequeñas ciudades que aparecen en todas las pelis de lo que yo llamo cine triste norteamericano, un subgénero estupendo que viene a ser en estos tiempos lo que fue el cine negro de los 50, una especie de salida, tipo respiradero, de la verdad que surgía del putrefacto american way of life. a lo que iba.

una familia formada por una madre desilusionada de la vida, una hija embrutecida antes de cumplir los 20 y un hijo adolescente que se ha rendido antes de presentar batalla por su futuro. lo que los yanquis llamarían una fucking familiy de fucking loosers.

esta mujer pierde a su hija de la peor de las maneras, y mientras se ve obligada a observar cómo ni su hija, ni ella, ni el chico, ni ninguno de los desgraciados habitantes de esa ciudad les importan una mierda a los responsables políticos, decide que no va a someterse. esta vez no va a someterse ni a seguir las reglas del juego que nunca les favorecen a ellos.  va a ir a por todas. 

esa mujer decide utilizar su rabia y su más que justificada ira y dirigirlas hacia los que tienen que dar la cara. de sobra sabe ella que esos policías paletos no son los verdaderos culpables de que el asesinato de su hija siga impune, pero le da igual. ella los empuja con la esperanza de que ellos a su vez empujen a otros y quizá de tanto empujón algo termine cambiando.

esa es la lección de alta política que nos brinda la película que la maravillosa frances mcdormand protagoniza. esa mujer, madre por más señas, y no es casualidad que sea una madre porque la peli no quiere dejar ese cabo suelto, no quiere que ningún espectador dude ni por un momento de que su dolor es insoportable, y que por lo tanto, no hay ningún argumento realmente contundente para que sea aceptable que se resigne a no recibir justicia. 

esa mujer, decía, que no pide perdón por mostrarse verbalmente cruel con un enfermo de cáncer, o que no se muerde la lengua al responder a las ñoñerías con que el poder ha inundado nuestros corazones, vaciándolos al tiempo de coraje y de sentimientos verdaderos. y lo más elemental que usa la violencia si es preciso.

no, no pide perdón sino que ataca y hunde sus fauces en las entrañas de todo aquel que se atreve a pronunciar palabrería de supuesto consuelo, cuando lo único que pretenden es desactivarla como sujeto político que es en lo que se ha convertido.

en cuanto a lo puramente cinematográfico, tiene muchos problemas, el guión termina abruptamente, no recoge siembras desperdigadas a lo largo del metraje, e incluso, y esto es el único defecto relevante, la última escena desconcierta. 

pero no seamos finalistas, gocemos del recorrido de la dos horas de guión chispeante, de magníficas interpretaciones y de la propuesta que nos plantea, enorme e inevitable como un oso polar en nuestro salón.

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