lunes, 4 de febrero de 2013

el compromiso

hace tiempo que tengo la intención de hablar de los animales pero no me termino de animar porque me da la impresión de que se trata de un asunto que no controlo bien, que hablo un poco sin fundamento. solo que hoy me he animado.

hay muchas cosas dentro de nosotros mismos que están dormidas, anestesiadas, en las que no reparamos, sobre las que jamás nos hemos preguntado nada y por lo tanto sobre las que nunca dudamos.

y es justamente esto lo que debería bastar para que nos parásemos a pensar. ninguna duda. ¿cómo es posible? ¿quién nos ha dado la solución sin haber planteado antes el problema? ¿quién tenía la respuesta?

las respuestas a estas preguntas nunca formuladas, las dan siempre los mismos. los mismos que decidieron hace muchos siglos que las mujeres carecíamos de alma. los mismos que se la negaron a los indios americanos y más tarde a los negros. aquéllos que mucho antes aún impusieron la guerra del hombre contra la tierra. los que prescindieron de la colaboración con ella. los que la hollaron sin respeto y con violencia. los miserables hércules que, como aquél legendario, elevó a su adversario en el aire para despojarlo de la fuerza que tomaba de su madre tierra y poder así, eliminarlo, enajenarlo.

imaginemos la clase de fuerza, la presión que fue preciso que hicieran para separar a las personas de la tierra, para hacernos creer SIN DUDAS RAZONABLES, como en las películas americanas, que los humanos no tenemos nada que ver con la tierra, con el resto de los animales, con el mar y con el aire. que podemos prescindir de todo ello, y que haciéndolo no vamos a echar nada a faltar, que seremos completos olvidándonos de donde procedemos.

sin embargo, no es cierto. cada día que renegamos de la naturaleza, de alguna forma pagamos por ello. cada día que ignoramos a los animales, también. cada día que se nos cruza la sombra de una duda y sacudimos la cabeza para ahuyentarla, lo hacemos. nadie nos castiga por ello. sin ser conscientes, nos castigamos nosotros solos. 

un día, en mi vida semiconsciente de humana satisfecha, se me cruzó un cachorro de perra. tenía entonces miedo cerval a estos mamíferos, pero pudo más el sentimiento de protección que surgió de mi interior. y fue a través de la fisura que se produjo entonces como se me fueron colando las cuestiones sobre las que yo no había tenido nunca el menor deseo de pensar, sobre el que yo no había tenido nunca ninguna duda. 

al conocer a un animal concreto, me fue posible conocerlos a todos. al despertarse la sensibilidad sobre determinadas cuestiones, se despierta sobre todas las cuestiones. al sentirte, como ellos, parte de la tierra, encuentras compañía, la de los tuyos.

entonces, comencé a enterarme de lo que les hacen a los animales para que sirvan a nuestras necesidades, a nuestros caprichos, a nuestras aberraciones, a nuestro aburrimiento, y sobre todo a nuestro lucro. 

han convertido su vida en una tortura continua, en una pesadilla. no necesitamos matar tantos animales para nuestra supervivencia. no necesitamos explotarlos de forma tan ruin, tan violenta. esas prácticas de horror sólo son necesarias para el enriquecimiento desmesurado de los de siempre. 

decidí comprometerme de manera poco espectacular. no me parecía tener derecho a dar ninguna lección, yo que nunca me había planteado estas prácticas. decidí que nadie mataría un animal para que yo lo comprara y lo comiera.

nadie lo haría más en mi nombre.