no sé si la cotización al alza de los novelistas suecos o japoneses, por ejemplo, se debe a una ofensiva editorial o a que los neuróticos lectores europeos necesitamos un punto de vista distinto para ver si de una vez entendemos algo de la vida, en fin, que buscamos un poco de perspectiva para encontrar un punto de equilibrio en nuestras agónicas existencias, pero, sea por lo que sea, cada vez caen con más frecuencia en nuestras manos las novelas de los murakami y de las yoshimoto, banana yoshimoto para más señas, lo que es, segondo me, como dicen los italianos, una muy buena noticia, porque esta mujer cuarentona pero con cara de chica joven, tiene la virtud de mostrarnos los lados menos brillantes del prisma de la vida y, sin hurtar dureza o negritud al relato, los integra tan armónicamente en el discurrir de los personajes, que encontramos en esos encajes algún tipo de secreto alivio para el lector desconcertado atónito, víctima sin saberlo y sin merecerlo, de desgracias y vaivenes, que de pronto percibe que también los disgustos son nuestros, o dicho de otra manera, que tanto lo bueno como lo malo que nos ocurre son las dos caras de la moneda, o, también, que incluso las células de nuestro organismo que enferman y nos hacen enfermar e incluso morir, son nuestras, son cosa nuestra, las hemos generado nosotros y es mejor la aceptación que el asalto de los cielos, y que no deja de ser algo infantil querer sólo la parte agradable de las cosas, como si eso fuera posible, y, sí, quizá sea necesario que una japonesa nos lo diga porque es posible que allí donde nace el sol, se vean estas cosas más claras, y, ahora dejo esto porque me estoy quedando sin respiración y, al final, voy a tener que poner un punto...
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