conozco muchos padres cuyos hijos padecen síndromes extraños (hiperactividad, déficit de atención...), de reciente aparición o de reciente denominación. yo creo que los profesionales que los atienden (médicos, psicólogos...) les ponen nombres de enfermedad por dos razones. en primer lugar porque no les gusta reconocer que no tienen pajolera idea de lo que le pasa al nene, y en segundo, porque así tranquilizan a los padres sobre su posible responsabilidad en el asunto. de no saber qué demonios le pasa a este niño, pasamos al "es que el niño tiene el síndrome de no sé qué", y todos más tranquis. y le ponen un tratamiento.
la cuestión que me pregunto a mí misma, es si realmente antes los niños eran psicológicamente más sanos, o más adaptados, o se les exigía menos, o los padres no se enteraban del problema o sí se enteraban y les importaba un pimiento.
yo veo una cuestión de base. durante la infancia, sufrimos una gran cantidad de represiones, reprensiones, porrazos, manipulaciones y chantajes emocionales, cuya suma exitosa se llama buena educación o adaptación a la sociedad. y, entre tanto acto disciplinario impartido por profesionales, y sobre todo por cualquiera que tenga a bien tener un niño, se producen desviaciones. el mejor niño es para nosotros aquel que se deja manipular más fácilmente, aquel que mejor se adapta al recorte de sus pulsiones. vale... y los que no? los que no, son malos estudiantes, distraídos, desobedientes, torpes...
según mi punto de vista no hay alternativa a una cierta "uniformización" de todos los componentes de la sociedad, es la especie la que exige determinadas renuncias a la individualidad. pero este agua ,ni debería llevarse al molino de los que, aprovechándose de la necesidad de educar, lo que quieren es alienar, ni deberíamos considerar extraños a nosotros a los que en definitiva, simplemente, defienden su capacidad de ser distintos
lo que todos dejamos atrás cuando somos educados, eran antaño bienes valiosos, con los que nos defendíamos del entorno agresivo. quizá no deberíamos permitir que se perdieran del todo, no sea que vuelvan a hacernos falta.
hubo un insigne músico del siglo XVIII, cuyo nombre no recuerdo en este momento, en serio, que rechazaba como alumno a todo niño que hubiera aprendido a leer, consideraba que eran niños con una limitación.
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