qué genial la gente que mira a los mortales y los ve allá abajo, tan chiquitines, tan imperfectos, tan afanados, pobrecitos, en sus miserias de tres al cuarto.
y qué elegantes también, ¿no? porque podrían ponerse groseros como los demás, perder los nervios y ofuscarse, pero no, ellos no pierden la sonrisa ni la calma. pasan sobre nosotros pero ni nos rozan. deben de sentir mucha lástima viéndonos furiosos, desesperados, desanimados y violentos.
yo estoy aprendiendo muchísimo de estos seres superiores, quiero ser como ellos, tomar distancia con la grosería del vulgo y, si puedo, mostrarle su espíritu limitado con mi fina ironía.
mi maestro es eduardo mendoza desde que leí el otro día su riña de gatos. o sea, nuestra riña de gatos, porque con este desprecio se refiere el insigne novelista a los albores de la guerra civil en madrid, como a una peleas de borrachos o trifulcas de mamarrachos dominados por bajas pasiones.
la distancia del novelista con respecto a lo que narra, el golpe y su consecuencia, en realidad es más bien ficticia porque nació en 1943, o sea, que el franquismo él lo pilló fresquito, pero de todas formas lo intenta.
su protagonista es un inglés que se dedica al arte y que se pasea por madrid entre izquierdistas vendidos a la urss, adolescentes que se prostituyen para mantener a sus escuálidas criaturas y de quien el inglés no duda en aprovecharse, aristócratas deliciosos con quienes pasa sus mejores ratos, y falangistas como josé antonio primo de rivera, hombre valiente, enamorado e ingenioso.
muchas veces me he preguntado cómo hacen los hijos de los fascistas y asimilados para enfrentarse a hechos incontrovertibles como que sus papás eran unos canallas y se portaron como tales.
pues haciéndose el inglés, oye.
pues haciéndose el inglés, oye.
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