llegamos a ella, la mitad de la vida, montados sobre el impulso de la conquista, de la acumulación de cosas, de conocimientos, de amistades, de afectos, de dinero, de títulos.
a través de esta primera mitad de la vida nuestra, llegamos a esforzarnos día a día por lograrlos como si no hubiera un mañana.
y resulta que realmente no lo hay.
resulta que cuando alcanzamos la mitad de lo que ahora se llama esperanza de vida, en nuestro ámbito geosocial unos cuarenta años o poco más, logramos coronar la cuesta que parecía interminable, y es desde ella, coronándola, como nos damos cuenta de que se acabó el mirar hacia arriba y de que lo que resta es mirar hacia abajo.
desde esa corona vemos dramáticamente lo que hay abajo y eso nos coloca con brutalidad en una consciencia de lo que nuestra vida va a dar de sí, difícil de aceptar desde los presupuestos hegemónicos actuales de juventud eterna y de vejez inexistente.
sin embargo, la segunda mitad de nuestra existencia contiene tanta vida como la primera. de una manera diferente, con más libertad, más experiencia y más sabiduría, se llega a esta etapa en condiciones de dar.
todo lo que se ha acumulado durante las primeras décadas está listo para ser dado, ofrecido, los conocimientos, los títulos, el dinero, los afectos, todo debe ser revertido a lo y las y los que nos rodean.
porque la vida humana no da para nada más.