domingo, 28 de febrero de 2016

como el toro burlado

¿que por qué atacan a podemos? 
por interés, claro. mejor dicho, por intereses. 
la gente que se mete en política lo puede hacer por medrar o por idealismo, y ya me dirán qué idealismo se puede encontrar en firmar leyes que degradan las costas o contaminan los ríos o empobrecen a la gente.
no, a ver si lo vemos claro a pesar de las cortinas de humo que nos empañan los ojos a diario para confundirnos. no, como decía el mafioso, sólo es negocio.  
tradicionalmente, los partidos de la derecha o los que se comportan como derecha a pesar de llevar siglas de izquierda, están en política para favorecer intereses financieros de gente poderosa que quiere serlo aún más, y de la que esperan y reciben recompensas fabulosas. 
así es que la derecha no está jugando. de hecho, ni siquiera juega al juego democrático de que gane el mejor, no, la derecha ha de ganar siempre y cuando no gana, golpea. golpea en golpes de estado o mediante la difamación, el acorralamiento, la manipulación informativa. se juegan mucho, repito.
¿y la gente no se da cuenta?
no, claro. nos convencen de que lo que separa a unos de otros son cosas tales como el nacionalismo, la religión, los trajes de los reyes magos... tonterías que son como el trapo que el torero agita frente al morlaco para que embista a ciegas. 

...
y deje su deseo en una espada.
como el toro burlado, como el toro.*

* versos de un poema de miguel hernández

sábado, 6 de febrero de 2016

y recuerdas...

El calor pesado de las tardes de julio en aquel pueblo calcinado, roto, abrasado por un sol implacable; los ronquidos acompasados y tranquilizadores de la abuela bajo el toldo de la higuera, tu cara pálida, el cielo púrpura, la chicharra incansable y esa hermosa canción que casi siempre te hace llorar, llorar de amor, reír, saltar, insultar, ¡competir!
El peso ligerísimo de tu hija recién nacida, ensayando su primera respiración de ser vivo y autónomo, mientras las manos, esas manos, esas heladas manos cubriendo las tuyas con besos escondidos, besos amorosos, traidores quizás, pero siempre a ti dirigidos. 
Y el heno verde, el heno seco, el heno picajoso, el heno puntiagudo que protegía con su enorme volumen el inmenso pecado de esa hoz escondida, atroz, mutilante, lunática y mortal.

Y recuerdas la lluvia dulce empapando la tierra sedienta y resquebrajada que aún oculta tantos tesoros en su interior, a pocos centímetros de profundidad, a mano, tanto, tan a mano, tan tesoro, que casi preferías que permaneciera enterrado en el submundo donde casi todo huele como las lombrices, como las personas, como humus hecho de muertos incontables.