Ayer vi la última película de Justine Triet, Anatomía de una caída, ganadora de la Palma de oro de este año en Cannes.
Las mujeres tenemos muchas cosas que decir, no en vano llevamos calladas muchos siglos. Algunas contamos la historia global de las mujeres y otras, nuestra historia personal, que es lo que hace Triet aquí. Al final todas las historias son lo mismo pero las circunstancias son diferentes.
El argumento va de un hombre que muere y al no poder determinarse con certeza la causa, investigan a la esposa.
Aparte de que la película resulta apasionante durante todo el metraje, hay una conversación , que acaba en bronca incluso física, entre marido y mujer, y es de esas escenas que revuelven el estómago. Por conocidas, por haber sido experimentadas, por dolorosas.
Se resumiría en reproches amargos, agresivos y falsamente dolientes, de él, y argumentos apasionados a ratos, violentos a veces, intentos sucesivos de serenar el ambiente, siempre rechazados por él, por parte de ella.
Gran parte de la película se desarrolla en un juzgado, claro, ése donde se juzga a la mujer en su carácter, su comportamiento, su ética, su dureza o su bondad.
Es, como se puede apreciar a poco que hayas vivido, el juicio al derecho de una mujer de seguir con su vida, cuando la de su marido hace aguas.
Los maridos casi nunca triunfan, las mujeres tampoco, en el sentido social del concepto, pero a nosotras no nos importa tanto ese lado social del concepto porque tenemos otros valores, porque nuestra prioridad no es ésa sino la capacidad de regateo con la mala suerte, con el éxito que se nos escapa, es el desarrollo de la propia vida en su alegría, en su capacidad de amor, en su devenir diario, en su inmanencia y no tanto en su trascendencia.
Es esa prioridad de trascender lo que el varón entroniza e identifica con la felicidad, y con el fracaso cuando no la consigue.
Pero más trágica aún es la necesidad de ese varón de culpar a la mujer, como si tuviera 5 años, como si siguiera siendo su madre quien dirige su destino, al tiempo que la priva de esa capacidad.
Tú no puedes ser feliz porque yo no lo soy. Y si no lo soy se debe a que me coartas, me castras, me engañas o me utilizas para tu propio éxito.
No es inédito. Si miramos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que conocemos a demasiadas parejas, juntas o rotas, que han pasado por esto.
Las mujeres, a lo largo de siglos, hemos renunciado a muchas cosas propias y felices, para equipararnos a los varones. Si había que trabajar fuera de casa para tener derechos lo hemos hecho, aunque hayan sido trabajos ideados por los hombres a su imagen, gusto y semejanza, aunque para ello hayamos sacrificado cuidados, amores, creaciones, hijos.
y aún así, el varón "perdedor" no perdona.
el varón "perdedor" asesina, hace infeliz, amedrenta, encierra, viola, cuando su propia imagen le devuelve su certidumbre de haber perdido, de estar perdiendo.
Antes muerto que fracasado.
La anatomía de una caída es una grandísima película, serena, sin apenas estridencias, perfectamente actual, impecablemente democrática, civilizada, que te pone los pelos de punta por su íntimo significado.
porque, en definitiva, a las mujeres nos siguen queriendo quitar la vida.