Tiene que decirse, las revoluciones no triunfan porque las llevan a cabo varones, cuyos valores y características se oponen tercamente al ideario de las mismas. Incluso cuando las revoluciones aparentemente triunfan, es decir, cuando consiguen desplazar regímenes anteriores y sustituírlos, tienen un recorrido muy corto. Pronto, aparecen los revisionismos, las reacciones, la corrupción o los caudillismos.
Me gustaría empezar por el principio, no el principio primordial, me basta con el principio del fin, es decir, por el aciago día, por decirlo de alguna manera, en que los hombres rompieron el compromiso que habían acordado con las mujeres, es decir, con la especie, se desvincularon del contrato sexual y quisieron suplantarlas.
El patriarcado entero es un ejercicio de suplantación e intrusismo, tanto en lo que tiene de activo y agresor como en lo que tiene de reactivo, resistente y solidario. El patriarcado quiere llevar a cabo grandes tareas que saquen a los varones de su irrelevancia esencial sentida, y los lleve, como por arte de magia, a la trascendencia.
Y esa tarea es de las que consumen muchas energías. El homo sapiens padece dolorosamente la consciencia absoluta de su futilidad, o para ser más exactas, de su discreta participación en la creación de la especie.
A diferencia del resto de otros machos mamíferos, el varón no se conforma con ser el primero de entre ellos, además, necesita "ser" antes que la hembra, solo que la biología nada más le permite "estar" antes que ella, nunca ser.
El deseo de trascendencia del varón empezó por mentirnos a toda la sociedad, no importa en qué período histórico nos encontráramos, ya que, de todas formas, la historia entendida como la etapa desde el principio de la escritura, no es muy larga. El deseo trascendente inventó conceptos, prioridades y capacidades, y las impuso con poca elegancia o moralidad, pero de forma muy contundente.
Al hacerlo, nos metió a todos y todas en un verdadero callejón sin salida en el que llevamos inmersos algunos milenios.
Ese deseo de trascendencia pidió como primera medida la desaparición del testigo de su incompletitud, la inmanencia femenina. Había que hacer desaparecer a las mujeres y su molesta inmanencia para que sus trascendencias parecieran algo. Al no poder arrebatar a las mujeres la capacidad de reproducir la vida, optaron por esconderlas, hacerlas desaparecer, oscurecerlas, arrebatarles sus capacidades apartándolas de los estudios, de las reuniones, de las posesiones, de los espacios públicos..
los varones, como sexo, se vieron dueños de todo.
Así, las cualidades de colaboración, de ayuda y de igualdad que caracteriza a las mujeres como prolongación de la biología femenina, fueron sustituidas por las de competitividad, polarización y jerarquía que prolongan la masculina, y convertidas en los valores del nuevo régimen. Es decir, a los valores hembra se impusieron los valores macho, pero no había ninguna posibilidad de erradicar los primeros, no sólo porque los nuevos se construyeron sobre los viejos, sino porque todo hombre nace de mujer.
La madre es el primer y gran amor de la vida de todo humano, mujer o varón, y ese sentimiento queda tan indeleblemente inscrito en el cerebro emocional, que la fuerza que quiera oponérsele ha de ser formidable y constante, y eficaz sólamente mientras se está ejerciendo, ya que bastará que ceda en un sólo instante para que todo el sentimiento inscrito por la madre en cada persona tome su forma de nuevo.
La guerra declarada por el patriarcado a las mujeres no se parece a la guerra entre varones. Al hacernos daño a las mujeres se da otra vuelta de tuerca a la infelicidad de todos, también de ellos, incluso sin ser conscientes de ello.
Igual de inconscientes que cuando aquellos miembros poco afortunados del patriarcado, los pertenecientes a las categorías bajas, los más maltratados de ellos, pretenden el cambio, la revolución, todo el ideario que se les ocurre es el que llevan inscritos en sus cerebros porque sus madres los plantaron allí, la justicia, la igualdad, la fraternidad, la solidaridad, la creatividad, los cuidados y el amor.
¿Qué parte del grito de la revolución francesa de "libertad, igualdad y fraternidad" es ajena al ser femenino, a la biología y culturas femeninas?
De la biología devienen características culturales que se nutren de ella y a la que a la vez alimentan. La mujer, la madre, se caracteriza por actuar y querer a todos sus hijos por igual, lo que viene a ser la justicia, la equidad tan anhelada por todo revolucionario que se precie.
Lo mismo la fraternidad, que es la igualdad que la madre impone entre hermanos;
y la libertad, la auténtica libertad, es la que enseña la madre a sus crías al dejarlas volar después de haberlas gestado, alimentado y enseñado. Las ideas revolucionarias, por tanto, son ideas puramente maternales, femeninas, pero sostenidas tercamente por varones que al mismo tiempo destierran a las mujeres de los encuentros sociales de decisión, boicoteándose a sí mismos sin saberlo.
Si la componente maternal es la inspiración de las revoluciones no lo es menos en cuanto a las religiones.
¿Qué ofrecen las religiones sino un pálido reflejo de todas aquellas características femeninas que las mujeres traemos de fábrica?
No por otra cosa somos las grandes enemigas de las religiones patriarcales, no por otra cosa han intentado toda barbaridad sobre nosotras.
Ninguna agresión ha sido nunca demasiada para ejercerla sobre las mujeres por parte de los sacerdotes. Ellos han imitado en todo a las mujeres predicando amor con voces melifluas, perdón, caridad, pacifismo.. hasta con faldas se han vestido en su afán de imitarnos.
Después de las suplantacions espirituales y culturales de las mujeres, a manos de las religiones y las revoluciones, creaciones patriarcales ambas, nos llega la suplantación física y biológica del Ser femenino, la obra de ficción con espectaculares efectos especiales, la demolición definitiva de los humanos como especie, la última producción de Patriarcado Films, el Transhumanismo.
Por destruirnos, el patriarcado está dispuesto a destruir también a los varones.
Pero no lo saben.