MI MEJOR AMIGO
Cuando tenía ocho años y estaba terminando la egb había un
compañero del cole que era para mí como
un hermano. Habíamos nacido el mismo día del mismo mes y del mismo año,
sólo que a varios km de distancia. Nos encantaba decir que éramos mellizos y
tonterías de ésas para sentirnos aún más unidos. Cuando al año siguiente nos
tocaba ir al otro centro, sus padres lo enviaron a la ciudad y tuvimos que
separarnos. Nos consolamos pensando que con las vacaciones volveríamos a estar juntos
y sería como si nunca se hubiera marchado.
El curso que empezaba se
presentaba muy solitario para mí pero resultó que apareció una chica nueva, la
hija del médico que nos enviaron cuando se jubiló el americano, muy simpática y
lista, que me ayudó a llenar el espacio que había dejado mi amigo Dani. Belén
se sentó a mi lado desde el primer día y ya no nos separamos el resto del
trimestre. Como es natural, durante los recreos, entre las clases, a la salida
del cole... nos fuimos informando uno a otra de nuestras vidas y, por supuesto,
no quedó detalle alguno de mi amigo que yo no contara a Belén. Tanto fue así
que ella esperaba el regreso de Dani tanto como yo. Quizá hubiera debido temer
algo pero yo entonces sólo albergaba sentimientos generosos y jamás se me
hubiera ocurrido que la llegada de mi amigo supusiera la pérdida de ella.
Sin embargo, eso fue lo que pasó.
Dani había cambiado, estaba nervioso, empleaba palabras duras y sucias para
referirse a cualquier cosa, discutía mucho y se peleaba con la gente. Yo no lo
reconocía casi pero me rebelaba ante la idea de renunciar a él. Todo lo
contrario, creía que quien no estaba a la altura era yo, de forma que ante
Belén lo excusaba y quitaba importancia a lo que hacía.
Dani se quedó con ella desde el
primer momento. Yo me di cuenta enseguida de que no podía competir con él, y
también de que él no tenía la culpa, sino que era más fuerte, más guapo, más
atrevido que yo.
Pasaron las fiestas de navidad
sin vernos apenas. El día que Dani volvía a la ciudad me vino a buscar a casa. Mi abuelo debía de haberse barruntado algo porque lo recibió mal y le dijo que
no me cansara con bobadas pero le permitió entrar. Yo hubiera querido odiarlo o
reprocharle algo pero lo cierto es que me dio mucha alegría verlo porque lo
había echado mucho en falta. Dani ni se fijó siquiera pero me pidió que cuidara
de Belén y que podía ser mi novia porque él ya no la quería. Le dije que bueno
y también le pregunté si tendría que devolvérsela en semana santa. Dani, que
era bastante generoso, me contestó que, seguramente, no.
Desde el día siguiente Belén y yo
volvimos a ser amigos íntimos. Yo no me atrevía a decirle la verdad sobre Dani,
así que mentía y me inventaba cosas y sucesos que explicaban que Dani no
contestara al teléfono. Poco a poco ella se fue olvidando de mi amigo pero yo, no.
Quería que volviera aunque me quitara otra vez a Belén, quería que me inundara
con su energía y sus locuras y que me contagiara con su alegría.
Cuando llamaron a casa para
contar que Dani y toda su familia había muerto en un accidente no me paré ni a
asimilar la idea. Salí corriendo a buscar a Belén para que llorara conmigo, pero
ella no lloró. Muy seria, me explicó que Dani no había sido un
buen chico, que no merecía la pena llorar por él, y para ilustrar lo que decía
me contó cómo se reía de mí ante ella y cuántas burlas hacía a mi costa. Me quedé
estupefacto, no podía comprender que Belén me dijera aquello e intentara
consolarme así cuando se había muerto el mejor amigo que yo había podido tener.
Belén no se había dado cuenta de que Dani no era culpable de haber sido el mejor.
y de que un mejor amigo, aunque se ría de ti, no te traiciona nunca.