Ha pasado mucho tiempo desde que
las mujeres abandonamos la nación que nos vió nacer, o para decirlo fielmente,
desde que fuimos expulsadas de nuestra propia casa, aquella que no dudamos en
compartir con todas las criaturas de la tierra porque todas las criaturas están
en nosotras y nosotras somos ellas.
Ha pasado tanto tiempo y ha sido
tan pesado y tan oscuro el desfiladero por el que aún deambulamos que apenas si
recordamos nuestro origen y el origen de las cosas. Apenas, el sol que nos
calentaba y la tierra de la que extraíamos la fuerza, la vitalidad y la
alegría.
Cuando aún bailábamos alrededor
de aquellas cuyos vientres esféricos apuntaban nuevas vidas, fuimos a nuestra
vez rodeadas por barbas, lanzas, ojos de piedra y venas palpitantes.
No volvió a nacer niña o niño que
no estuviese amenazada o amenazado desde el mismo día de su nacimiento hasta el
mismo día de su muerte.
Se borraron las inscripciones que
celebraban la amistad y la convivencia, se enterraron las blandas hachas de oro
de dos filos, se sepultaron bajo montañas de estiércol las liras y las
caracolas y se aniquiló dolorosamente la luz de los ojos, la esperanza de los
pechos y la confianza de los corazones.
No faltaron los llantos
masculinos, los gemidos animales o los temblores de tierra que suplicaban a las
mujeres que salvaran al mundo y fueron muchas las que se enfrentaron con sus
pechos abiertos a las miradas imperturbables de hombres que parecían muertos,
pero era inútil.
Pasaron todas las eras que
representan las casas del zodíaco y las mujeres ya no recordaban a la nación
que nos vio nacer,
pero no todo se había perdido: el mundo palpitaba, la hierba mil veces pisoteada volvía a crecer, las aves se posaban cautamente sobre una rama para mirar desde arriba y tras una duda volvían a entonar su canto.
pero no todo se había perdido: el mundo palpitaba, la hierba mil veces pisoteada volvía a crecer, las aves se posaban cautamente sobre una rama para mirar desde arriba y tras una duda volvían a entonar su canto.
Entonces se dijo la mujer: nada
hay en la existencia del universo ajeno a nosotras ya que ha sido nuestra
sagrada necesidad de alimentar y hacer crecer a nuestras hijas y a nuestros
hijos, la causa de todo movimiento de la especie humana.
La mujer nombró lo que había en
el origen: las aguas, las tierras, las aires, las fuentes, las flores, las
ranas y las mariposas, las sierras, las nieves, las profundidades abisales y
las de las almas interiores. Y dio la bienvenida al calor del sol que inunda
todo unas horas y se aleja otras para que las mujeres recordemos que fuimos antes
del sol y después.
Entonces se dijo de nuevo la
mujer: si todo esto permanece, no se ha perdido todo.
Si la gente busca el regazo de
las mujeres para enjugar su llanto inacabable, no se ha perdido todo.
Si se llora y se combate la injusticia, no se
ha perdido el aliento de la mujer.
Si la vida aún palpita, no se ha
perdido la nación que nos vio nacer.